Las Big Tech debilitaron el código ético europeo sobre inteligencia artificial

Las Big Tech debilitaron el código ético europeo sobre inteligencia artificial

Europa quería liderar la regulación ética de la inteligencia artificial, pero algo cambió en el camino.

La visión de crear un marco legal fuerte y centrado en los derechos humanos se vio desafiada por actores inesperadamente poderosos.

Las llamadas Big Tech —esas grandes compañías tecnológicas que controlan buena parte de la innovación digital— tuvieron influencia directa en cómo esta política tomó forma.

Índice
  1. ¿Qué era el código ético europeo para la IA?
  2. El papel de las Big Tech en la regulación europea
    1. 1. Lobby intensivo en Bruselas
    2. 2. Colaboraciones técnicas con la Comisión
    3. 3. Alianzas con centros académicos
  3. ¿Qué cambios se observaron en la regulación?
  4. La paradoja europea: ética vs competitividad
  5. Un ejemplo revelador: el caso ChatGPT y el efecto dominó
  6. ¿Qué podemos esperar del futuro?
  7. Preguntas frecuentes sobre la ética europea en IA y la influencia de las Big Tech
    1. ¿El código ético europeo sigue vigente?
    2. ¿El AI Act protege totalmente contra abusos tecnológicos?
    3. ¿Las Big Tech cumplen este marco ético?
    4. ¿Qué impacto puede tener esto en los ciudadanos?
    5. ¿Se pueden reforzar estas normativas?

¿Qué era el código ético europeo para la IA?

En 2019, la Comisión Europea publicó sus Directrices Éticas para una Inteligencia Artificial Confiable.

El objetivo era liderar el desarrollo de una IA confiable, segura y centrada en el ser humano.

Este código no era legalmente vinculante, pero servía como base para las leyes futuras.

Entre sus principios fundamentales estaban:

  • Supervisión humana constante sobre los sistemas de IA.
  • Privacidad y protección de datos como eje básico.
  • Transparencia algorítmica: los usuarios debían saber cómo y por qué una IA tomaba decisiones.
  • No discriminación y equidad en los algoritmos.
  • Responsabilidad frente a decisiones automatizadas.

Europa quería evitar otra Cambridge Analytica pero con inteligencia artificial.

Y para eso buscaba regular desde antes que la tecnología se desbocara.

El papel de las Big Tech en la regulación europea

Empresas como Google, Microsoft, Amazon, Meta y Apple vieron con recelo este avance regulatorio.

No solo por el coste que podía implicar adaptarse, sino por la amenaza de perder terreno competitivo frente a otros países menos restrictivos.

Por eso, muchas empezaron a desplegar estrategias de influencia directa e indirecta sobre las decisiones de la Unión Europea.

¿Cómo lo hicieron?

1. Lobby intensivo en Bruselas

Las oficinas de lobby de estas empresas en Bruselas crecieron de forma acelerada desde 2019.

Solo Google, según registros públicos, gastó 8 millones de euros en actividades de lobby en 2022.

Lo mismo ocurrió con Amazon, que contrató a antiguos funcionarios europeos especializados en políticas tecnológicas.

El acceso a funcionarios clave se volvió cotidiano.

Y poco a poco, algunas propuestas comenzaron a suavizarse.

2. Colaboraciones técnicas con la Comisión

Las grandes tecnológicas ofrecieron su experiencia técnica a los responsables de redactar leyes como el AI Act.

Esta ayuda fue valiosa, pero también les permitió influir sobre qué riesgos eran considerados aceptables y cuáles no.

Por ejemplo, se debatió si los modelos generativos de IA debían estar sujetos a regulaciones fuertes.

Empresas como OpenAI —aliada de Microsoft— impulsaron excepciones que finalmente se incluyeron en el texto preliminar.

3. Alianzas con centros académicos

Otra estrategia fue financiar laboratorios universitarios e institutos de investigación en inteligencia artificial en Europa.

Estas alianzas fortalecieron la posición de las Big Tech como referentes técnicos dentro del debate público.

Incluso, expertos vinculados a Google DeepMind participaron en mesas de asesoramiento ético de la Comisión.

Eso les dio voz e influencia silenciosa.

¿Qué cambios se observaron en la regulación?

El AI Act, la primera gran ley para regular la inteligencia artificial en Europa, pasó por varias versiones.

En cada nueva propuesta, ciertos elementos del código ético original se suavizaron o matizaron.

Veamos los más notables:

  1. Evaluaciones de alto riesgo más limitadas: Inicialmente, muchas aplicaciones IA debían considerarse de alto riesgo. La versión final las restringe a unos pocos casos.
  2. Debilitamiento del principio de prohibiciones absolutas: Se aceptaron usos bajo condiciones especiales en lugar de una prohibición estricta, como en sistemas de vigilancia biométrica.
  3. Menos obligaciones para modelos fundacionales: Modelos como GPT se libraron de muchas restricciones, tratándose solo de forma superficial.
  4. Reducción de exigencias de transparencia: Se flexibilizaron requisitos de divulgación de datasets y arquitecturas.

El resultado fue una ley mucho menos ambiciosa que el código ético inicial.

Así, la visión de poner los derechos humanos por encima de la eficiencia técnica perdió fuerza.

La paradoja europea: ética vs competitividad

Una de las principales tensiones que surgieron en este proceso fue entre la voluntad de proteger a los ciudadanos y el miedo a perder competitividad tecnológica frente a Estados Unidos o China.

La IA se había convertido en símbolo de innovación estratégica.

Y con ello, regulaciones más estrictas eran vistas como una posible desventaja para el ecosistema europeo.

Esta paradoja llevó a políticos a aceptar compromisos en nombre del progreso.

Lo que en 2018 parecía una diferencia cultural entre Europa y Silicon Valley se fue desdibujando.

El temor a quedar rezagados empujó al continente hacia una regulación negociada.

Un ejemplo revelador: el caso ChatGPT y el efecto dominó

La llegada explosiva de chatgpt en 2022 cambió las prioridades regulatorias de muchos gobiernos.

De pronto, el mundo entendía que una IA generativa podía crear textos, imágenes, música y hasta código con calidad casi humana.

Y los gobiernos europeas sintieron presión por responder.

OpenAI, la empresa detrás de ChatGPT, empezó a mantener reuniones semanales con autoridades de varios países europeos.

Sam Altman, su CEO, visitó varias capitales para advertir sobre los riesgos de sobre-regulación.

En una anécdota llamativa, dijo en una charla que "si no se establecen normas razonables", OpenAI podría dejar de operar en Europa.

Aunque luego se retractó, el mensaje fue claro.

Las Big Tech estaban dispuestas a ejercer su poder económico y simbólico para limitar cuánto podía Europa tocar sus modelos.

Y lo lograron: el AI Act terminó incluyendo excepciones para modelos generativos siempre que no causaran riesgos "sistémicos".

En la práctica, eso limitó el control real sobre sistemas como ChatGPT o Bard.

Un detalle significativo es que muchos de los proveedores de servicios de IA más usados en Europa ni siquiera son europeos.

Eso debilitó el margen de maniobra política.

¿Qué podemos esperar del futuro?

La influencia de las Big Tech en la definición de la ética de la IA abre preguntas importantes sobre soberanía digital.

¿Puede Europa establecer reglas propias si depende tecnológicamente de empresas externas?

Los próximos debates girarán en torno a normas de implementación del AI Act.

Y ahí, una vez más, las empresas tecnológicas ya están posicionando su narrativa.

También surgen voces que piden crear alternativas europeas fuertes que sirvan de contrapeso real.

Iniciativas como GAIA-X para la nube o el European AI Factory buscan fomentar ecosistemas nativos.

Pero aún están lejos de alcanzar la escala y recursos de sus competidores estadounidenses.

Preguntas frecuentes sobre la ética europea en IA y la influencia de las Big Tech

¿El código ético europeo sigue vigente?

No como norma legal, pero sigue siendo un documento de referencia e inspiración.

Muchos organismos e instituciones lo usan para evaluar el desarrollo responsable de IA en Europa.

¿El AI Act protege totalmente contra abusos tecnológicos?

No del todo.

Si bien introduce muchas mejoras, todavía hay vacíos legales y falta de detalle en temas como IA generativa o vigilancia masiva.

¿Las Big Tech cumplen este marco ético?

Varía según la empresa.

Algunas lanzan sus propias guías éticas que, en la práctica, responden más a sus intereses que a los principios europeos.

¿Qué impacto puede tener esto en los ciudadanos?

Menos protección, menor transparencia y más dependencia tecnológica.

Sin una regulación fuerte, los ciudadanos quedan expuestos a decisiones automatizadas opacas.

¿Se pueden reforzar estas normativas?

Sí, pero requiere inversión, voluntad política y movilización ciudadana.

Es necesario reequilibrar el poder regulador frente al poder corporativo.

También se necesita una nueva alfabetización digital para que los usuarios exijan más derechos.

En definitiva, Europa tenía una oportunidad histórica de marcar una diferencia ética en el uso de la inteligencia artificial.

Pero la presión de las Big Tech, combinada con intereses económicos, reconfiguró ese camino.

No todo está perdido, pero el marco inicial ya no es tan ambicioso como hace unos años.

Aún es posible recuperar esa visión, pero requiere que los legisladores europeos tomen decisiones más estructurales e independientes.

Mientras tanto, la ciudadanía digital debe mantenerse informada, crítica y empoderada frente al avance de la IA.

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